La litografía es posiblemente una de las manifestaciones artísticas más antiguas que acompañan al hombre. Esta consiste en reproducir un dibujo realizado sobre la superficie de una piedra para luego proceder a estamparlo sobre papel. Gustave Doré (Estrasburgo, Francia 1832- París, Francia 1883) hizo de esta técnica un arte. Su madre fue la primera la cual consideró que su hijo tenía un verdadero talento, así luchó contra la educación tradicional que pretendía darle su padre en una escuela técnica. La tradición decía que debía convertirse en un ingeniero de caminos.
Poco a poco su vida fue cambiando, ya no era un caricaturista, era el hombre único que había aceptado el desafío de ilustrar “El Infierno del Dante” (en el año 1861), “El paraíso y el Purgatorio” (en 1867), “La Biblia “(en 1865 y 1866), “Los cuentos droláticos” de Honoré de Balzac (en 1854), “Las aventuras del Barón de Münchausen” (en 1862) de Rudolph Eric Raspe, “El Paraíso Perdido”(en 1867) de Milton y muchos más como “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” (en 1863) de Miguel de Cervantes Saavedra.
Si bien la crítica siempre lo subestimó, se ve que traía al nacer consigo el talento plástico y estético. Con tan sólo quince años contaba con contratos de entregas semanales en varios diarios franceses. Claro que su arte no sólo estaba basado en esa técnica exquisita que le era propia y singular, sino que también se apoyaba en el estudio y la investigación del contexto del escenario, la fuerza del paisaje, la vestimenta de sus personajes, la época en la cual se desarrollaba. Su imaginación y capacidad traían un hálito de ingenio a la obra.
Producía lugares místicos, llenos de luz, pero también de tinieblas, ponía una especie de foco teatral sobre los personajes, en algunas oportunidades los alteraba o sobredimensionaba o los colocaba en poses impuestas. Al fin y al cabo, en esencia su legado fue incomparable.
Una obra vasta recubre su vida. En una ocasión dijo: “¡Lo ilustraré todo!” y así fue.
