Las crisis políticas aparecen de la mano de las democracias occidentales. Ellas develan la mayoría de las veces la legitimidad del Estado, los liderazgos políticos y las sobrecargas de los gobiernos. Así aparece una disociación entre lo público, lo privado y los espacios de la ciudadanía.
Germán Rozenmacher (Buenos Aires, Argentina 1936- Mar del Plata, Argentina 1971) leyó como ningún otro escritor (a pesar de haber fallecido a los 35 años) las tensiones políticas instaladas en la década del 60. Las tradiciones judías serán otro condimento particular y personal de su obra.
“Cabecita negra” (publicada originalmente en el año 1962) inunda a sus personajes con el peronismo y el antiperonismo en igual medida. Algo así como una especie de giro novedoso del célebre cuento “Casa tomada” de Julio Cortázar (Bélgica 1914-Francia 1984).
La expresión “cabecita negra” remite al término con ribetes desdeñosos. Cuando allá por 1940 la gente migraba desde el interior de nuestro país atraído por el proceso de industrialización, la clase alta lo utilizaba para referirse a la clase trabajadora. Así fue popularizándose, arrastrando conflicto y sembrando ofensas. El temor de “la Capital” a alejarse de la perspectiva europeísta daba paso al menosprecio. Para eso esta el Sr. Lanari, un personaje representativo de la clase media porteña, ese que saca tajada de las divisiones y fabula con situaciones que imagina peligrosas por su cercanía. Todos sus enemigos, todos representan una amenaza (“En este país donde uno aprovechaba cualquier oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas…”, decía en “Cabecita negra”). Él era el apoderado de “la gente decente”.
En una hermosa noche en el coqueto departamento del Sr. Lanari, él fumaba, era un insomne declarado, estaba solo, las pastillas no habían hecho efecto y al otro día lo esperaba una jornada horrible en la ferretería de su propiedad. Su mujer, su hijo y “la sirvienta” se habían ido a pasar el fin de semana a su casa de Paso del Rey. De pronto una mujer grita, era “una cabecita negra”, estaba sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso “PARA DAMAS”. Esa mujer según él “era una china que podía ser su sirvienta” claro que nada es lo que parece, aunque él se deje llevar férreamente por las primeras impresiones y sea prejuicioso. Así se ve envuelto en una situación incómoda que lo llevará a hablar abiertamente de sus recelos, pero también le darán alcance las contradicciones.
Casi después de 15 años, luego de la publicación original, “Cabecita negra” se convirtió en una popular historieta dibujada por Francisco Solano López (Buenos Aires, Argentina 1928-2011. Su obra más importante es “El Eternauta”).
Así las multitudes urbanas inundaban con su presencia este y otros cuentos de Rozenmacher.
Claro que el más preocupado era el Sr. Lanari, los cambios no habían sido nunca de su agrado y las matrices sociales mutaban demasiado rápido. A él, que en verdad era valioso y conveniente nadie lo había consultado. Estaba rodeado, indefenso, a merced de los “cabecitas negra”.