Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Hérib Campos Cervera (Asunción, Paraguay 1900- Buenos Aires, Argentina 1953) logró lo que muchos desean, ser un poeta y tuvo una vida acorde, una vida de poeta. Una infancia poco feliz, lejos de sus padres, una adolescencia y una juventud desafortunada, el destierro, el regreso y su exilio final hasta la muerte.

Quizás el desarrollo tardío de la literatura paraguaya en relación con los países limítrofes vio la luz luego de contextos históricos sumamente complicados. La Guerra de la Triple Alianza (12 de octubre de 1864 al 1 de marzo de 1870) constituida por sus vecinos: Brasil, Argentina y Uruguay, dejó al país devastado, solo sobrevivió la cuarta parte de su población, en su mayoría niños, mujeres y ancianos. 

La pobreza era un mal endémico y se rotulaba al paraguayo como un bárbaro que no hablaba español. Hacia el año 1900, luego de treinta años de tamaña catástrofe, se gestó el grupo intelectual conocido como “la generación del 900”. Sus primeros poemas publicados bajo el seudónimo de Alfonso Monteverde datan del año 1923. Las revistas eran por aquel entonces el vehículo de conocimiento para sus lectores, reducidos por cierto, toda una camada de escritores publicó en la revista Juventud

Ya en la década del 30 Campos Cervera regresa a su país luego de su primer exilio en Montevideo, posteriormente lo hizo en Buenos Aires. Allí comenzó a delinearse la “nueva poesía” del autor. Así cercanos a 1945 un grupo inquieto de escritores despliega sus actividades por Paraguay. Josefina Plá, Augusto Roa Bastos, Campos Cervera y algunos más. La lucha estaba basada en colocar a las letras de su país en lo alto y hacer a un lado las postergaciones sociales, culturales, económicas y políticas. Alcanzar el vanguardismo social creaba un propósito diferente junto a Cervera y sus colegas.

El compromiso político ponía palabra y daba utilidad al arte. Así desde un destino u otro de sus múltiples destierros no olvidaba su identidad esa que le hacía volver insistentemente al peón rural y el sembrador, en definitiva a su tierra.

“Es el hachero. Viene de selvas torrenciales, azada poderosa recorta una silueta de aborigen, tallado sobre un friso de piedra. El instinto certero de vientos y de lluvias le da una taciturna sabiduría de anciano y aunque apenas levanta dos décadas de vida, sus experiencias llevan una herencia de siglos”.

Así hace suyo el dolor de los trabajadores de su pueblo. Su habilidad para comunicar no debilitaba los versos de su poesía. La sensibilidad era su símbolo y su signo.

Quizás la mejor definición de su poesía fue dada por Hugo Rodríguez Alcalá en el libro “Antología de la poesía Hispanoamericana contemporánea”

“Es un paisaje gris, sombrío y desolado el de esta poesía llena de angustia y desamparo…”

Su arte era popular, impregnado de raza y desprovisto de euforia aristocrática. Una verdadera señal de la auténtica identidad paraguaya.

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