Vlady Kociancich (Buenos Aires, Argentina 1941-2022) fue una escritora que se apoyó en la irracionalidad y la práctica del género fantástico. Eso le valió una extensa prohibición de su primera obra “Últimos días de William Shakespeare”, la cual vio las luces editoriales recién en el año 1984. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Su profesor de Literatura anglosajona fue el mismísimo Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Argentina1899- Ginebra, Suiza 1986).
Muchos de sus cuentos y novelas nacen con un viaje que modificará los saberes, sentires y pensamientos de sus protagonistas. Uno de ellos es “El secreto de Irina”, en esta novela la protagonista queda olvidada en un cenote luego de tomar una excursión mientras descansaba con amigos en una playa de Cancún. Allí nace la verdadera historia. La metáfora del cenote abrirá puertas hacia la transformación, la búsqueda de la identidad y el apego a aquellos “seres desconocidos” que se convierten en salvadores. Algo así como sanar despegándose de su propia unidad para regresar diferente a la ciudad que la vio partir, Buenos Aires. Una especie de doble identidad que nace acompañada del elemento disparador de un viaje y fenece a su regreso a la monotonía del lugar que se sabe conocido.
“La octava maravilla” fue publicada por primera vez en el año 1982, nació con formato de cuento, pero el propio Jorge Luis Borges opinó que se trataba de una novela, así fue que Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, Argentina 1914-1999) se prestó para escribir el prólogo. Allí afirmaba que esta obra, la cual pertenece al género fantástico, es de aquellas “…que suelen ser aventuras de imaginación filosófica”. Su narrador y protagonista Alberto Paradella describe el viaje que lo llevará a Europa hasta su llegada a Berlín. Él ha vivido en Villa del Parque, soñaba con ser carpintero como su padre, pero su madre y Victoria (su novia) se han empeñado en que estudiara abogacía. Finalmente se recibirá, pero su idea más clara es: ser escritor, por lo cual no ejercerá su profesión. Si bien hay una pizca de irrealidad, como en toda su obra, la falta de libertad y el apego a los deseos ajenos irrumpen en toda la novela.
Su literatura abarcó argumentos que se mostraban como ensoñaciones de las cuales podíamos entrar y salir a gusto, la belleza de las travesías a lugares salvajes y exóticos sin descuidar aquellas escenas que muestran las más grandes y conocidas capitales del mundo. Allí mueren personajes que desean “ser otro”, tal vez sin estar dispuestos a pagar un centavo por ello.
Definió su oficio diciendo que “… los escritores somos ladrones de la vida…” y “… que tomamos de la vida lo que necesitamos…”
Quizás Tom Sawyer y Tarzán ayudaron a crear aventuras fantásticas en aquella hija única, la cual padecía asma, y sus juegos tomaron como escenario exclusivamente su habitación. Su audacia y amor por la ficción la llevaron a enviar un cuento a la revista Billiken. La curiosidad por la historia en general y la arquitectura en particular harían el resto.