Aquel que conquista posee el poder y tiende a justificar con sus más y sus menos sus acciones. En muchos casos se han defendido verdaderas tesis sobre la inferioridad de algunos pueblos solo con el afán de excusar el predominio social, político, cultural y territorial de otros.
La palabra crea un vínculo, es incluso vehículo de ideas, ella también es un arma de conquista. Al final las victorias no solo se recuestan sobre el poder bélico, otros factores mueven las fichas que inclinan el tablero en favor de alguno de los contrincantes.
La palabra une o la palabra separa, es puente o es barda. Manuel Baldomero Ugarte (escrito, político, militante del partido socialista, nació en Buenos Aires en el año 1875 y murió en el año 1951 en Niza, Francia) advirtió sobre la segmentación latinoamericana y creía que la fragmentación lingüística es la fracción que antecede a la fragmentación política.
El mundo ha cambiado vertiginosamente en las últimas décadas y los procesos entendidos como globalización se han apropiado de las relaciones interpersonales por medio de la tecnología.
El concepto de “poder blando” (o soft power) fue un término que creó Joseph Nye (Estados Unidos 1937) y se entiende como “la capacidad de influencia de un país o una cultura más allá de su potencia económica, demográfica o militar”.
Claro que esta definición no nació para ser aplicada exclusivamente en el campo de la literatura, sino que se creó con el concepto de aplicabilidad en el terreno de la diplomacia como “poder duro” (o hard power) por oposición y es aquel dominio por el cual un Estado con “factores determinantes” (léase aquellos quienes mandan) ejercía influencia sobre otro país.
Hoy sabemos que el poder blando se encuentra ejercido por países que lideran el mundo o en los cuales se observa un destaque. Ellos son Francia, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido. Claro que si pensamos en los productos culturales masificados que nos rodean podríamos poner en el primer puesto a Estados Unidos.
Por ello es importante tener en cuenta la vitalidad de la literatura y nuestra lengua. Ello apoyará la diversidad cultural y hará que entre los hablantes se cree una atmósfera de igualdad. No desconocemos que algunas tradiciones van quedando en el camino, producto de la globalización que la mayoría de las veces tironea a favor del más fortachón, pero tal vez con pequeñas acciones podamos desde nuestro lugar conservarlas y darles continuidad.
No dejemos que la aculturación gane la batalla. Todo depende de los puntos de vista y la forma que adoptemos, lo que se da en llamar un compromiso real.
Muchas veces los encuentros (algunos fueron más bien choques) de las civilizaciones se constituyeron en literales atropellos o apropiación de la cultura.
“Que cada hombre construya su propia catedral. ¿Para qué vivir de obras de arte ajenas y antiguas?” (Jorge Luis Borges, Buenos Aires; Argentina 1899-1986 Ginebra; Suiza).