La infancia es un término que abarca mucho más que el desarrollo de un niño y sus etapas. Si alguien me pidiera que delineara esa bella y lejana época de la vida de mi hija y mi hijo, diría que germinó dentro de una carpeta con tapas de cartulina, hecha a mano, con varios dibujos en ellas y un enorme moño de cinta rosa. En ella convivían varios cuentos y poesías que rigurosamente leía con afán y la ilusión que el dios de los sueños, Morfeo, me diera una tregua entre el estudio y el trabajo.
“Monigote en la arena” era el cuento estrella de ese pequeño (y gran) compendio. Laura Devetach, era su mamá, ella había hecho su magia. Ese cuento era una verdadera invitación a los sentidos: el mar, las olas, el viento, la arena, las mariposas, los caracoles y Monigote “es cosa que dura poco”, dijo el agua. Pero como lo que importaba era jugar, permanecer era solo un detalle. Así padres, madres, niños y niñas amamos a Laura Devetach. Ella hace sonar campanas con recuerdos amorosos mientras el tiempo corría rápido y el viento se encargaba de amontonar hojas del almanaque. Así nuestros hijos crecían.
Infinidad de libros, cuentos, poemas, obras de teatro y ensayos nos llevan a su encuentro y recolectan infinidad de premios nacionales e internacionales.
Estudió Letras en la Facultad de Filosofía de Córdoba, ejerció la docencia en diferentes niveles, pero su primer libro de cuentos estuvo dedicado “a los adultos”, se llamó “Los desnudos”.
El libro “La torre de Cubos” (1966) fue prohibido a partir del año 1976 por medio de un decreto de alcance nacional. En él hay varios mundos de diversos colores que conviven en absoluta armonía. Existe Irene, Laurita, pero no existen modelos de mundos.
En “La planta de Bartolo”, Bartolo andaba sembrando cuadernos en macetas y a esa semilla que germinó le creció una nueva planta de cuadernos así, ahora, “todos los chicos tendrían cuadernos”. Claro que el mundo andaba medio a contramano y como Bartolo se dio cuenta se negó a la infinidad de ofrecimientos del vendedor de cuadernos. Entonces este señor haría por la fuerza aquello que no pudo conquistar con las ofertas. El robo sería la herramienta, claro que contaba además con el “apoyo azul”. Pero los animales y sus amigos terminarían derrotando al vendedor de cuadernos. El “derecho a la educación” triunfaba.
Muchas veces cuando un cuaderno se termina, hay alegría, pero en otras hay tristeza; allí radica la necesidad de un bien escaso en muchas escuelas. Siempre soñamos en el aula con que la planta de Bartolo sigua floreciendo indefinidamente.
Quizás los libros de Laura Devetach no sean tan para niños como algunos piensan, muchos marcaron el pulso de un tiempo en un espacio dentro de un contexto social forzado y roto. Acaso el trabajo de Laura sea andar reparando mundos en estrecha colaboración con la ficción.
“Con un poco de verdad y un poco de fantasía trato de hablar del mundo real. Porque la fantasía siempre ayuda a decir mejor algunas verdades difíciles de contar” (5 de diciembre de 2016, Laura Devetach, Reconquista, Santa Fe).