Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

La invención de la imprenta a manos de Johannes (o Johann) Gutemberg hacia el año 1440, cambió la historia del mundo en general y de la literatura en particular. La comunicación sufrió una verdadera revolución basada en el conocimiento y la erudición. Múltiples son los esfuerzos para saber qué inventó Gutemberg. Ese camino tuvo su inicio (Siglo VI) durante la dinastía china Tang, con los tipos móviles y se coronó con el uso de las prensas para imprimir (basado en el principio de la prensa de las uvas), los caracteres más resistentes fueron realizados en plomo, estaño y antimonio y las tintas más duraderas eran de base oleosa. Así se aceleró el proceso de copiado y la multiplicación de textos en la Edad Media. Se probó la imprenta por primera vez imprimiendo un texto escolar que constaba de veintiocho páginas.

Posteriormente aparece la novela, tardíamente ya que hasta la invención de la imprenta era solo una prosa corta que debía ser recordada (un dato no menor) y narrado a viva voz.

Las primeras historias eran de carácter picaresco, quizás el mejor ejemplo sea “El asno de oro”, escrita en el Siglo II por Lucio de Apuleyo (125-180, escritor, filósofo nacido en Madaura, cercana a la actual Argel). En realidad se trata de un conjunto de narraciones unidas por un hilo conductor común, un muchacho aficionado a la magia que se va transformando paulatinamente en un asno.

Ya en el Siglo XI comenzaban a abrirse los caminos que nos conducirían a los géneros y las historias de la vida real, salpicadas de rasgos fantásticos nacían por el año 1000 junto a Murasaki Shikihu (escritora y poeta japonesa, se cree que nació en el año 978 y murió en 1016, pero no se sabe con exactitud) y su famosa pieza Genji Monogatari. Esta obra recopila la esencia de la cultura del Japón medieval. Así se suceden las aventuras de Genji desarrolladas en cincuenta y cuatro capítulos. La historia completa (más o menos) unos setenta años, donde pasa por amoríos, romances (con sus luces y sus sombras), escenas dramáticas, personajes sobrenaturales, travesías inigualables y la descripción detallada de los inicios de la famosa ceremonia del té.

Hacia el Siglo XII, el monje Godofredo de Monmouth (nació entre los años 1090 y 1100 en Gales, su muerte data del año 1154 o 1155) escribió la “Historia Regum Britanniae” (en latín), la cual circuló de forma fragmentada durante el período medieval. Este texto narra la historia de Britania desde sus orígenes hasta la invasión anglosajona del Siglo VII. Ella sentaría las bases para la inspiración de obras tales como: “Caballero de la Carreta” y “Lancelot”.

Ya por el Siglo XIII el estilo se popularizó de la mano de las historias de Lanzarote y el Santo Grial. Ellos designaban a un caballero perfecto, un guerrero del oeste de Europa, enamorado de la reina Ginebra, señor de Camelot, próximo al castillo del Rey Arturo. Así describe a Lancelot, cuando era niño: “…era tan hermoso que cualquiera que lo viera pensaría que era tres veces mayor…”

Así, después seguirían obras como el “Decameron” (Siglo XIV) y ya en las postrimerías de la Edad Media nacerían las novelas románticas y caballerescas.

La imprenta permitiría la comercialización de las novelas (Siglo XVI) y las obras traerían un sinnúmero de historias. Ya no sería necesario solicitarle a los monjes y frailes una copia manuscrita (según el tipo de letra y copia podían tardar más de diez años en transcribirla), ahora se tendría acceso a varias copias de un mismo original y ello facilitaría el camino a la lectura y el conocimiento.

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