Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Elizabeth Charlotte Lucy Asquith fue la primogénita del primer ministro británico y su segunda esposa Margot Tennant. Así fue como Elizabeth conoció a un hombre de la nobleza, él era Bibesco, entonces el sapo se convierte en príncipe gracias al beso salvador de la bella doncella. Los años pasaron y ellos llegaron a España, él era diplomático, ella simplemente “mi princesa roja”, así como la soñó despierta José Antonio Primo de Rivera, su amado.

España por esa época percute sobre dos realidades, la comunista y la fascista. José Antonio y Francisco Franco nunca se soportaron. Es verdad que aunque José Antonio tenía algo de fantasmal e inmaterial su vida mundana era amplia y acalorada. Nunca pasó por el altar, pero sí conquistó el corazón de Elizabeth, esposa del príncipe y diplomático rumano Antoine Bibesco. Ella contaba con luz propia, incursionó en la literatura y utilizó como vehículo la poesía, las obras de teatro y las novelas.

Él en la faz ciudadana era un personaje activo y tozudo, tanto fue así que José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia fueron los fundadores de la Falange española.

Mientras tanto entre amoríos clandestinos y otras yerbas entre los años 1921 y 1940, Elizabeth publicó tres colecciones de cuentos, cuatro novelas, dos obras de teatro y un libro de poesías. Nada despreciable producción.

Su última novela fue publicada en el año 1940.

Viajó por varios países gracias a la exitosa carrera de su esposo, pero durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial estuvo en Rumania. Finalmente a los cuarenta y dos años murió de neumonía en el año 1945.

Antoine Bibesco, su esposo fue amigo de Marcel Proust desde la infancia. Luego del matrimonio con Elizabeth, ella también integró la lista de sus más cercanos allegados. Alguna vez escribió en el afán de describirla que : “ …probablemente no era superada en inteligencia por ninguno de los contemporáneos…”, sobre su imagen decía que : “… parecía una figura encantadora en un fresco italiano…”. Su belleza era directamente proporcional a su inteligencia.

Ella pensando en su muerte en el año 1922 escribió un obituario que decía: “Suavemente, deliberadamente, me atrajo hacia ese círculo mágico de su personalidad con la máxima seguridad de una mirada que no necesita ser tocada para sellarlo. Insensiblemente, fuiste atraído hacia esa intrincada telaraña de acero iridiscente, su mente que, entrelazándose con la tuya, esparce patrones de luz y sombra sobre tus pensamientos más íntimos”.

El diario Washington Post publicó por capítulos su novela “El abeto y la palma”, pero la especialidad de Elizabeth eran los cuentos de fantasmas. Esa variable de la literatura sobrenatural se estableció en un lugar privilegiado de su obra.

Lo sentido y lo imaginado, lo consciente y lo subconsciente generaban límites que iban más allá de lo convencional.

Se atrevió a traspasar el terror gótico de Ann Radcliffe (Londres, Reino Unido 1764-1823) y Mary Shelley (Londres, Reino Unido 1797-1851).

Con ella floreció el aura fantasmal.

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