La palabra seudónimo o pseudónimo según el diccionario refiere al “nombre que usa una persona en lugar del suyo verdadero, en especial un artista, un escritor, etc.”
En la literatura hay infinita cantidad de autores que no se hicieron notables por su nombre verdadero. Esta costumbre es tan antigua como el acto de producir literatura.
Muchas mujeres y en menor cantidad, hombres, atesoraban múltiples razones para que se desconociera su verdadera identidad. Algunas de ellas estaban relacionadas a causas religiosas, de género, sociales, políticas y hasta familiares. Muchas veces un nombre que derramara virilidad era la solución mágica al problema.
Las chicas pretendían que sus textos fueran leídos despojados de todo tipo de prejuicio asociado al género de su creador.
Por otra parte, la mayoría de los hombres utilizaban seudónimos a conciencia. Muchas veces perder el anonimato era sinónimo de problemas de pareja o de trabajo.
Entre ellos Fernando Pessoa era Álvaro de Campos o Ricardo Reis o Alberto Caeiro, Antonio Machado era Juan de Mairena o Abel Martín, Samuel Langhorne Clemens era Mark Twain, Eric Arthur Blair era George Orwell.
Las tres hermanas británicas Brontë, Emily, Anne y Charlotte eran Curre, Ellis, Action Bell, Lord Charles Albert o Florian Wellesley.
En la época que las mujeres solo escribían novelas románticas posteriormente llamadas novelas rosa, Mary Ann Evans decidió ser George Eliot y hasta llegó a producir un ensayo llamado “Novelas tontas de las novelistas”, donde realizaba una ácida crítica al tipo de literatura escrita por mujeres. Mucho tiempo después se descubrió que compartía género con las juzgadas.
Ella pensaba que si no tenía un nombre de varón, su ensayo no sería tenido en cuenta por los críticos mas prestigiosos. Esos temores eran totalmente válidos, las mujeres han sido históricamente rechazadas y olvidadas por el mundo literario.
La autora de “Mujercitas” fue Louise May Alcott. Ese notable éxito hizo que decidiera realizar un cambio en el tipo de literatura que crearía en adelante, por ello su seudónimo fue A. M. Barnard. A veces los seudónimos también llevaban escondidos cambios y no solo temores.
En otras ocasiones con el fin de lograr publicar sus libros, la modificación de la identidad cobraba sentido. Por ejemplo Soledad Acosta de Samper (1833- 1913) usó el seudónimo Aldebarán, ya que en la sociedad colombiana de aquella época no le daba crédito a lo que una mujer pudiera escribir en la primera plana de prestigiosos diarios nacionales.
En una conferencia dada en 1931 por Virginia Woolf (1882-1941)esta diagnosticó que:” aún falta mucho tiempo (…) antes que una mujer pueda sentarse a escribir un libro sin encontrar un fantasma que matar, una roca contra la cual estrellarse…”. Claramente fantasmas y rocas no escasearon en el mundo de las mujeres escritoras.
George Sand (Aurore) le envió una carta a Gustave Flaubert (el autor de Madame Bovary) en la que le dice al escritor: ”no hay más que un solo sexo. Un hombre y una mujer son hasta tal punto lo mismo, que es incomprensible el montón de distinciones y de razonamientos sutiles de los que se nutren las sociedades sobre este particular. He observado la infancia y el desarrollo de mi hijo y de mi hija. Mi hijo era yo, es mucho más mujer que mi hija que es un hombre inacabado”.
Con estas simples palabras, ella, la reina de las transgresiones se adelantaba a su época.