Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

El esclavismo o esclavitud está sustentado por prácticas forzadas de producción, en las cuales esa mano de obra no posee ningún derecho social, político o laboral. Esa persona no es considerada por su condición sino por ser un mero vehículo de poder para su amo o patrón. Solo aspira a la categoría de objeto.

La esclavitud fue de carácter asiduo en la antigüedad. El Estado imponía su estatus legal de amo ante los vencidos en las batallas. Roma, Grecia, Egipto, China, Mesopotamia, India y los Imperios precolombinos de América incrementaron su poderío no solo a consecuencias de obtener nuevas tierras. Ellas se sumaron en la diferentes guerras pero también prosperaron en buena parte al trabajo de los esclavos. 

Aristóteles proclamaba que cualquiera que no hablara griego (o sea un bárbaro) y no pudiera expresar por medio de su palabra la opinión ante la asamblea de la ciudad, no era un hombre libre y por lo tanto era pasible de convertirse en un esclavo. La condición de esclavo era hereditaria y los contratos eran verdaderos compromisos de pago de las deudas de los padres que se efectivizaban por medio de los hijos.

En la República Romana, Espartaco, un guerrero de origen tracio, fue el que condujo una de las más grandes rebeliones, pero esta fue sofocada costando la vida de más de sesenta mil esclavos muertos en la lucha. Tras la caída del Imperio Romano y durante la Edad Media el sistema feudal instauró un nuevo tipo de esclavitud: los campesinos serviles al señor feudal.

Con el descubrimiento de América se establece la trata de esclavos de raza negra a gran escala. Luego que los portugueses y españoles se repartieran el terreno del Nuevo Mundo, alguien debía realizar el trabajo duro. Ya no alcanzaba con la población originaria, diezmada por las enfermedades de occidente, sino que se reactivó el verdadero mercado negrero de la mano de naciones como Inglaterra, Holanda, Francia y Dinamarca.

Así la literatura es dilatada en relación a este tema. Podríamos mencionar entre los textos más conocidos “12 años de Esclavitud” de Northup Salomon, o “La cabaña del Tío Tom” de Harriet B. Stowe.

Pero “La isla bajo el mar” de Isabel Allende publicada en 2009 retrata la vida de Zarité (conocida como Teté), una esclava de padre blanco y madre africana, quien a edad temprana fue ultrajada por su amo Toulouse Valmorain. 

La historia abarca cuatro décadas pasando por la Revolución Francesa, la rebelión de los esclavos que convertiría Saint Domingue en Haití y finalmente la abolición de la esclavitud en Nueva Orleans. Esta épica histórica relata el camino de la esclavitud desde un enfoque sádico basado en la desigualdad, la ambición humana desmedida, la discriminación racial, el amor furtivo, la insurrección donde aflora el odio y la venganza.

Un camino para Teté que inició a los nueve años y finalizó con casi cuarenta cuando consigue su libertad.

Es verdad que hoy cuando escuchamos la palabra esclavitud no solo viene a nuestra memoria la compra y venta de personas. Ello quedó abolido en el siglo XIX. 

Pero existe un tipo de esclavitud moderna donde millones de mujeres, niños, niñas y ancianos se encuentran presos de situaciones laborales que los reducen a la servidumbre, el trabajo forzoso, la explotación y las situaciones de riesgo. Claro que no se demarca solo en ello. La lista se completa y complejiza con la explotación sexual y el matrimonio precoz y forzado.

Ya no son necesarios barcos negreros, ni grilletes; el método se volvió más sutil pero no menos tiránico.

“Todos tenemos adentro una insospechada reserva de fortaleza que emerge cuando la vida nos pone a prueba” (“La isla bajo el mar” de Isabel Allende).

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