El pedido de “que se vaya Macri (el Presidente de la Nación) por parte de un alumno de la Escuela N° 32 “Iyú”, durante un acto por el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, tuvo tal repercusión que hasta los medios de comunicación nacionales se hicieron eco de sus palabras y replicaron la información, pese a que el video fue eliminado ante el revuelo causado.
No sólo los medios destacaron el hecho; también hubo reuniones por parte del Ministro de Educación de la provincia, Diego Romero, quien, con la colaboración de las autoridades del establecimiento y los padres del niño, buscaron controlar una situación que expuso, otra vez, los altos niveles de agresión y violencia de una comunidad que, a favor y en contra, calificó el accionar del alumno.
Desde usuarios que destacaron la valentía del menor hasta la aparente influencia de los padres y los docentes, un sinfín de grises atravesaron las publicaciones relacionadas al hecho.
La sensación es que, esta intolerancia que algunos –incluidos medios de comunicación y funcionarios públicos, por nombrar apenas dos ejemplos- simplifican denominando “grieta”, será difícil de “escapar” en el corto plazo.
En plena vigencia está la discusión sobre la utilización de las redes sociales, en la cual, en los últimos tiempos, los usuarios se caracterizan por canalizar todos los sentimientos negativos reprimidos.
El propio Ministro Romero reveló que “la preocupación es la violencia con la cual se expresan en las redes; con el Ministerio de Educación, con la escuela, con la maestra y con los padres”.
Está claro: ni los niños se “salvan” del uso irresponsable de las redes sociales, un espacio en el que comulgan todos los sectores de la sociedad; donde cualquier usuario parece ponerse el traje de juez para criticar –con suma vehemencia, en casos como este- la actitud del otro.
No sólo el niño quedó expuesto; también trascendieron a esa condición sus padres –quienes se mostraron preocupados por la divulgación del rostro de su hijo-, la maestra –cuya acción fue destacada al cerrar el propio acto tomando como recurso las palabras del alumno- y la escuela –que debió, también, lidiar con todo el revuelo tratando contener la situación-.
La pregunta que surge en este contexto es: ¿cuál es el límite? Si no importó que se tratara de un niño; si no importó que fuera una declaración espontánea; si no importó que el video estuviera editado –como para alentar todavía más la indignación de un sector, evitando el aporte final de la profesora y el contexto en el que se tomó la declaración-, ¿qué es lo que realmente importa?