Cada palabra que usamos a diario, desde las más difíciles y aparentemente exóticas a las más simples y atesoradas por nosotros (seres emisores y receptores, hablantes por fuerza de la evolución) tienen una historia oculta, nacen en algún lado. Algunas son historias curiosas en si mismas, otras muy cultas y refinadas, cercanas a la historia universal.
No solo está la completa etimología perteneciente a la Real Academia Española, sino que también esta prestigiosa (y tan cuestionada actualmente por la validación e incorporación de algunos términos propios de la modernidad) institución se ocupó de recopilar y validar la “etimología popular o asociativa”. Una verdadera telaraña que se interconecta con un hilo fino de palabra en palabra. Así los significados se vuelven transparentes, se crea una tendencia y si el vocablo es muy utilizado puede evolucionar. Sólo para ilustrar esta cadena de transformaciones de una verdadera obra de arte en permanente cambio llamada Lengua nombraremos algunas a modo de ejemplo.
Si se investiga y se leen varias corrientes como en todo lo popular se dice que la palabra atorrante deriva del lunfardo rioplatense. Corría la década del 30 y la crisis dejó a muchos sin hogar. En los puertos como el de Buenos Aires existían unos caños o tuberías muy grandes traídos de Francia, los que la gente utilizaba como refugio y techo. Aquella empresa francesa dedicada a la fabricación de conductos para el agua potable tenía por nombre A-TORRANT (para agua).
Tras muchas contradicciones de los investigadores se cree, finalmente que “atorrante” viene de “atorrar”, holgazanear. Otros sin embargo afirman que la compañía nunca estuvo trabajando en Buenos Aires, no obstante, sí se sabe que existió en Francia y estaba dedicada a la obra pluvial y el alcantarillado de la ciudad luz. Mas allá de la diferentes especulaciones o teorías no podemos negar lo divertido de su supuesto origen. Su aplicación diaria y sentido popular hace que su vigencia sea indiscutida aún en nuestros días.
Para acercarnos al origen de la palabra ojalá, viajaremos en el tiempo hasta la invasión musulmana de la mayor parte de la Península Ibérica (756-929), donde nace una nueva provincia del califato islámico, su nombre era: Al-Andalus.
Basados en este suceso, el término ojalá es uno de los muchos arabismos que contiene el español. Así ese vocablo mutó de oxalá a ojalá, traducible como “quiera Dios” o “Alá así lo quiera”. Así se indica un vivo deseo de que suceda lo que se ha dicho.
Un origen histórico e insigne para una termino donde depositamos expectativas, esperanzas y confianza en nuestro día a día.
Las palabras crecen, evolucionan y migran de un idioma a otro, los extranjerismos se adaptan y aportan nueva musicalidad. Atendamos a nuestra habla, pero especialmente a nuestro oído. “Así como hay un arte del bien hablar. Existe un arte del bien escuchar”. (Anónimo)