Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Rosario Castellanos no fue una mujer común, mucho menos corriente. Era una mujer de acción, de palabra, de profunda diferencia e identidad.

Nació en la ciudad de México en el año 1925 dentro de una familia tradicional, su padre era un acaudalado hombre de negocios. La época de la cosecha de café hacía próspera la vida de la familia. Su madre, Adriana, se dedicaba a las reuniones sociales. La vida de Rosario transcurría bajo las costumbres de la sociedad de esa época. Todo hijo o hija de los patrones tenía, además de una nana indígena (en este caso se llamaba Rufina), un niño o una niña del mismo origen que le “hiciera compañía”. Así nacía el interés sobre la vida de María (María Escandón la acompañó en los momentos más importantes, hasta llegar ambas y juntas a la adultez). Rosario fue la bandera del indigenismo en México, captó sus necesidades, su mundo, considerando lo exótico, pero siempre destacó: “… que los indios eran seres absolutamente iguales a los blancos, sólo que colocados en una circunstancia especial y desfavorable…”.

En “Oficio de Tinieblas” (1962) y “Ciudad Real” (1960) reflejaron la humanización del indígena. Quizás era su deuda personal y particular luego de darse cuenta de las prácticas racistas de las cuales no estuvo exenta su propia familia.

En 1957 escribió “Balún Canán” (es el nombre en idioma maya antiguo y tzeltal con el que antiguamente se conocía a la población de Comitán del Estado mexicano de Chiapas) donde una niña es la protagonista, ella pierde a su hermano menor. Allí, Rosario escribía: “Aunque nunca me lo dijeron directa y explícitamente, de muchas maneras me dieron a entender que era una injusticia que el varón de la casa hubiera muerto y que en cambio yo continuara viva y coleando. Siempre me sentí un poco culpable de existir”. Ella no estaba ficcionando, estaba contando su propia historia, su hermano Benjamín había muerto y su familia se desmoronaba. Pero ella resignificó el dolor de esa niña y pronto se volcó a la escritura.

Su prosa empleaba la ironía con esa palabra precisa y justa que marca posición ante la vida y sus sucesos.

Fue, además, una de las primeras mujeres en acceder a estudios superiores en la Universidad Autónoma Nacional de México, obteniendo la Maestría en Filosofía, titulada: Sobre cultura femenina. Comprendió rápidamente que las desigualdades no caminaban, sino que corrían dentro de la sociedad mexicana. No era fácil acceder a las Universidades y Centros de enseñanzas superior, esos hechos se daban a cuentagotas. Un eje común aparecía dentro de la población, la invisibilización de la tarea de la mujer y por lo tanto sus logros políticos, científicos, económicos y sociales eran furtivos.

Sus letras cargaban la protesta con un peso propio. Las condiciones desiguales en las que se movían las mujeres se ajustaron a su literatura. En uno de sus primeros escritos Rosario Castellanos alzó la voz buscando la rebeldía de sus congéneres y escribió: “…aquellas que se habían separado del rebaño e invadieron un terreno prohibido…”. De eso se trataba de ser diferente, de pensar los hechos desde otro ángulo, de llamar a la acción y aprovechar los acontecimientos.

Cuestionaba el rol de la mujer, dentro del matrimonio o fuera de ese esquema. Si se era rica se aprovechaba del trabajo femenino conservador, su criada limpiaría, cuidaría niños y enfermos. Si por el contrario se era pobre sería fuerza de trabajo del mismo tipo.

Castellanos declaraba que las mujeres habían sido alejadas de forma sistemática y planificada de la cultura, eso era solo preeminencia otorgada a los hombres. Quizás por ello su máxima obra feminista sea considerada “Mujer que sabe latín”. El título recuerda el refrán popular que dice:” mujer que sabe latín no tiene marido ni buen fin”.

Su mirada irónica del rol femenino mostró lo peor del sexismo dentro de la sociedad mexicana.

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