Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Elena Garro (México 1916- 1998) nació para quebrantar fronteras, su espíritu tenía una meta: ser actriz. Sin embargo, la vida le concedería el honor de parir “realismo mágico”, ese de calidad, el mas puro. Por accidente llegó a la literatura y desarrolló géneros como la novela, el cuento, la poesía y el teatro.

“Los recuerdos del porvenir” (1956) relatan como Francisco Rosas secuestra todo un pueblo, el miedo se agiganta y la calma aparece en forma proporcional al cariño de su amada, Julia Andrade. Ixtepec es ese lugar donde el teatro parece ser lo único que colabora con la distracción de sus habitantes. En él hay un sinnúmero de estereotipos: prostitutas, forasteros, familias de bien, etc.

Julia e Isabel Moncada son las protagonistas que relatan no solo el terror de la gente, sino los celos, los fracasos, las traiciones. Felipe Hurtado será el forastero, el nuevo, ese del que poco se sabe y mucho se comenta.

Elena Garro escribe “el porvenir era la repetición del pasado”, así enreda lo futuro, la memoria, los recuerdos, el tiempo traído por los conquistadores y la permanencia cíclica de los pueblos originarios. Sus escritos eran verdaderas ficciones fantásticas. Pero si escogemos los cuentos a la hora de leer, “La semana de colores” es el comienzo y el fin del pasado y el futuro. Trece relatos que se abren a una narrativa que pone color a la cultura mexicana.

El cuento “La culpa es de los Tlaxcaltecas” fue escrito en 1964 como parte de la colección “La semana de colores”. En este relato, Elena vuelve a hacer de las suyas, amalgamando el siglo XX y el siglo XVI durante la conquista de México. Los tlaxcaltecas traicionan a los demás pueblos nativos y se unen a Hernán Cortés.

Laura es la protagonista y lleva en su ser algo de resentimiento y deslealtad. Un marido del presente y un marido del pasado, un verdadero guerrero tlaxcalteca. Laura y él cargan aún con la culpa de esa traición, ello los persigue en sus vidas posteriores. Nada más y nada menos que cuatrocientos años de diferencia. La cocina de la casa de su esposo (Pablo), la ciudad de México y los momentos próximos a la conquista, ubican a los protagonistas en diversos escenarios. Estos mundos se superponen. Aquí también aparece la separación del mundo occidental y el amerindio en relación a la cosmovisión del tiempo y su medida. Elena construye otro universo fantástico mirando la historia cara a cara.

“El día que fuimos perros”, otro cuento profundo y conmovedor que narra como dos niñas se quedan al cuidado de los sirvientes porque sus padres están de viaje. Mientras juegan a ser perros, son testigos de un crimen.

Elena los hace jugar para aprender, aquí también aparece el tiempo como elemento central.

Los niños se despojarán de su identidad, ya no serán niños, sí serán perros. Sus nombres ahora serán Cristo y Buda, elecciones nada casuales, el tiempo así lo requiere, una dimensión sagrada los espera.

Como todos los cuentos de Elena, los aspectos sociales, económicos y políticos muestran los caminos que llevan al análisis crítico cuando se imparte justicia y el modo en que se la ejecuta.

El cielo de los perros no se parece en nada al de los humanos. Ellos matan a sangre fría, de forma impiadosa.

Los perros lo hacen por instinto, no por diversión.

Elena Garro no solo fue para la historia literaria de México, “la conflictiva esposa” de Octavio Paz. Fue una mujer fascinante, una escritora singular, siempre ocupada en poner palabra sobre la situación de los marginados, los pueblos originarios y los niños. Leerla es redimir su esencia. Así derribamos estereotipos contados siempre por la misma voz.

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