Licenciado en Estudios Orientales. Posgrado en Negocios y Comercio de Asia Pacífico e India. Política Internacional; extremismo religioso.

Cuando uno creía que el Estados Unidos de Trump no podía mostrar más la hilacha, el mandatario americano siempre dio el paso extra. Primero fueron los cheques de asistencia social firmados por él, rompiendo con la ley norteamericana. Luego, vino la subestimación del COVID-19, con más de 350.000 muertos en todo el país. Después, alegó que las elecciones le “fueron robadas” aún cuando perdió por amplia diferencia e intentó detener el conteo de los votos. Ahora, en una especie de broche de oro de lo olvidable que será para muchos su gestión, se negaba a realizar una firma de certificación sobre la victoria de Joe Biden y, cuando su vicepresidente Mike Pence aceptó a realizar el trámite administrativo, lo acusó de traidor. En esa misma línea, la del creer siempre estar en lo correcto, se han desarrollado en la vida política sus simpatizantes.

Hoy, en un hecho histórico y más propio de un país del subdesarrollo, donde la democracia no tiene más de 200 años, manifestantes entraron el Congreso americano y tomaron el edificio, buscando detener la certificación de Biden, que significaría formalmente aceptar la derrota de su líder. Armados y a los golpes, se metieron al edifcio y hasta pasearon por las oficinas de los congresistas. La seguridad, sin saber bien qué hacer, trató de retirar a los políticos y empleados del Capitolio, esperando alguna orden de arriba. Si bien Trump envió a la Guardia Civil y se logró desalojar a los manifestantes, en un mensaje para pedirles que se retirasen, volvió a hablar del “robo” de la elección y le dijo a sus fanáticos que los amaba y eran especiales. Lejos de disculparse, utilizó Twitter, su red social por excelencia, para decir “Este son el tipo de cosas y eventos que suceden cuando una victoria apabullante es quitada de forma brutal y sin contemplaciones”. En el “mundo Trump” él ganó por mucho y el lobby político americano quiere evitar que siga en el poder.

La situación, aunque sorprendente por el nivel de impunidad de los manifestantes, que entraron armados, a cara destapada y no recibieron mayor resistencia, deja entrever varias cuestiones propías de la idiosincracia norteamericana. Por un lado, la diferencia étnica a la hora de actuar de las fuerzas de seguridad: los manifestantes, en su totalidad blancos, no recibieron el trato que habrían tenido de ser parte de alguna minoría. Casi todos los días escuchamos de asesinatos por parte de la policía a hombres y mujeres de con una fisionomía latina o africana. En Estados Unidos, hay una vara para medir dependiendo del color de piel del juzgado.

Por otro lado, encontramos que este es finalmente el quiebre de la “intachable” institucionalidad que pregonaban los americanos en cuanta ocasión podían. Trump ha debilitado el impacto de las instituciones y el funcionamiento del Estado por fuera de la figura presidencial, más en un estilo presidencialista como los lationamericanos, que en el famoso Congreso soberano que regía a Estados Unidos. Las leyes parecen tener poco peso y las tradiciones menos, comenzando desde cuestiones protocolares, hasta llegar al punto de no querer conceder una derrota alegando fraude y siendo el oficialismo. En esa misma línea, el país se ha aislado del mundo: su salida del Acuerdo de París y los cuestionamientos a la OMS hacen que su rol de líder en el mundo haya quedado vacante.

Muchas dudas quedan pendientes sobre el destino del próximamente ex-mandatario. Aunque su gestión sobrevivió a un juicio político, en los últimos meses ha acumulado situaciones que podrían desencadenar en problemas judiciales. Para muchos, Trump podría hacer historia una vez más: siendo el primer ex-presidente en cambiar la Casa Blanca por la cárcel.

Aunque con un futuro incierto, Trump modificó, para mal, el funcionamiento de la política en los Estados Unidos y “habilitó” con su discurso explosivo y de tintes racistas, un resurgimiento del supremacismo blanco a lo largo y ancho de todo el país. Potenciando por un esquema de denunciar todo como falso, una costumbre que al parecer se nos pegó a los argentinos, el pronto ex-presidente se ha hecho de un verdadero ejército de fanáticos que parecerían dispuestos a romper cualquier límite con tal de seguir sus deseos. La llegada de Biden no arreglará nada, pero comenzará una transición hacia el Estados Unidos más formal y estabilizado que conocimos en gestiones previas. Si bien no era un “favorito” para hacerse con la presidencia, reúne la característica más importante para la mayoría de los votantes: no se llama Donald J. Trump.

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