Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

El mundo cambia, se transforma y la literatura se ha encargado con presuroso afán, adelantarse a los hechos que lo modifican.

Autores como Aldous Huxley (1894-1963) imaginaron revoluciones científicas asociadas a ciencias médicas que aportaron contradicciones entre el ser y el deber ser.

Huxley fue un escritor británico que popularizó su literatura de la mano de “Un mundo feliz” (publicado en 1932) donde muestra con refinada ironía la estructura triste y despiadada de una sociedad que cada vez se aleja más de la esencia vital y la esperanza.

Esta historia distópica nos hace caminar como sonámbulos hacia el abismo, pero sin darnos cuenta. Soma, la droga elegida por los integrantes de esta sociedad, promete “llevarte a la luna” y nos transporta a un planeta sin problemas, en ese mundo ideal lo mejor está por pasar, sin embargo no te darás cuenta.

El estado futurista de “Un mundo feliz” sale a pasear por el año 2540, donde una dictadura benévola y positiva ubica cada embrión dentro de su casillero. Cada casta posee una misión inamovible. Es más fácil elegir, si no se puede hacerlo.

Huxley era no solo un buen creador de historias, tenía una cualidad intrínseca que recreaba singularmente sus ideas de la sociedad venidera, era hijo y nieto de grandes biólogos. Quizás por ello imaginó seres humanos cultivados en botellas, aleccionados para una vida “moral” única y perfecta llamada “hipnopedia”.

Así el sistema funcionaba como un engranaje que encajaba cabalmente, solo habría consumidores y trabajadores. Trabajar, trabajar, consumir, consumir; ello nos otorgaba un gráfico circular irreprochable.

Y así iban pasando las castas por Alfas, Betas, Gammas, Deltas y Epsilons. Los primeros eran los reyes de la fiesta, las mejores y las mayores cualidades eran patrimonio de ellos (altos, bellos, musculosos), claro que el derrotero era descendente y las aptitudes también. Se disminuían las competencias de forma planificada. Nada estaba librado al azar.

Los Epsilons, sin duda, eran los peores, pero con cooperación. A ellos se les privaba de oxígeno y se les suministraban sustancias peligrosas, con lo cual cada generación contaba con menos idoneidad. Algunas capacidades eran anuladas según las necesidades lo requerían.

La ingeniería genética humana funcionaba a la perfección y la reproducción solo era parte de un conjunto de procedimientos artificiales.

Los humanos jugaban a ser peligrosamente felices, el “soma” unido al adoctrinamiento, creaban seres preparados para no experimentar celos, envidia y carecer de todo tipo de proyectos personales. Eran prototipos que vivían armoniosa y automáticamente “felices”.

“Un mundo feliz” no nos deja ni siquiera la ilusión de una sociedad donde la especie podría mejorar. Pone a la tecnología biológica fuera de foco, mutilando facultades morales, emocionales, espirituales y sociales. En el campo físico, toda predisposición genética a ciertas enfermedades rápidamente era modificada y en su defecto, descartado el producto.

Esta sociedad futurista es estéril en su génesis y es reproducida de forma controlada por el llamado “Estado Mundial”. Esta dictadura amable y correcta solo buscaba felicidad, obviamente a cualquier costo.

“Éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social” (“Un mundo feliz”).

Estabilidad, comodidad, placeres inmediatos, consumo, recompensas; nada que objetar.

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